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Urt / 2013

El cine más fantástico: el musical

Autorea: Liburu dantza

De acuerdo, he puesto el titular un poco para provocar, pero me explicaré…¿Qué hay con más fantasía que un mundo en el que sus protagonistas se ponen a cantar, bailar, o a veces hasta a flotar sin necesidad de ninguna justificación más que la que dan las propias convenciones del género? Es cierto que pocas veces se encuentra el musical perfecto donde ese sentido de lo onírico, de lo fantástico, se respire de forma nítida, pero no me negarán que, según se mire…
Este miércoles arranca la antología que hemos querido dedicar en Nosferatu al Cine Musical USA (aquí tienen toda la programación). Puestos a dar explicaciones, empezamos por el título. “Musical USA” porque, aunque popularmente se conozca al género como “musical americano” no es correcto en cuanto origen hablar de América si queremos hablar de Estados Unidos, no? Y, sí, igual hemos pecado de elegir las siglas en inglés más que en castellano, pero creemos que era más estético que “Cine Musical EEUU”. Hablar de “musical de Hollywood” tampoco habría sido del todo correcto. Aunque la edad de oro tiene mucho que ver con el sistema de los grandes estudios, con el paso de los años también hay títulos que se escapan a ese encasillamiento. Lo que sí estaba claro, en todo caso, era que ibamos a delimitar el ciclo a producciones norteamericanas, dadas las limitaciones de fechas. Hay también buenos musicales de producción british famosos, y hay otros mundos de este género en la India, en Alemania, incluso en España…Pero se trataba de empezar por el concepto más “clásico”, si quieren llamarlo así.
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La selección tiene la intención de abordar una retrospectiva cronológica de la evolución del género en Estados Unidos en casi toda la historia del cine sonoro. En ella hemos intentado combinar algunos títulos canónicos, que tenían que estar obligatoriamente, con otros a veces menos valorados o menos conocidos. Cada presencia tiene su sentido, y cada ausencia es dolorosa.
Está claro que La calle 42 debía figurar. Es una de las primeras producciones que intenta, además de llevar a la pantalla el sentido del espectáculo en los teatros de Broadway, aportar algo más en su plasmación cinematográfica, y lo hace gracias a la imaginación del gran Busby Berkeley, coreógrafo e inventor de imágenes cuya tropical película Toda la banda está aquí también proyectamos. De la pareja Ginger Rogers-Fred Astaire tampoco podíamos pasar (Sombrero de Copa).
En la era dorada de los musicales de la Metro, comandada por el productor Arthur Freed, había mucho donde hincar el diente. Está representada con cuatro títulos, pero podían haber sido más. En tres de ellos está, cómo no, la energía acrobática de Gene Kelly, otro de los motores físicos del género, y la dirección se la reparten entre Vincente Minnelli (El pirata y Melodías de Boadway 1955) y el propio Kelly junto a Stanley Donen (Un día en Nueva York y Cantando bajo la lluvia). La perfección que muchos aficionados buscamos del género está destilada en estos productos colectivos exquisitos en todos los detalles, pero elevados también por algunas individualidades geniales. Si sólo pueden gozar en pantalla grande algunas películas del ciclo, que sean éstas.
El prestigioso Joseph Leo Mankiewicz adaptó al cine esa comedia de pícaros y puritanas que es Ellos y ellas con un Marlon Brando musical inédito dando la réplica al experto Frank Sinatra. Las canciones y números de la obra están llenas de ironía.
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La historia del musical es la historia de sus compositores también, a menudo parejas de letrista y músico. Algunos de estos dúos crearon su propio estilo en el teatro, que también se vio trasladado al cine. Rodgers y Hammerstein son los responsables de éxitos como Sonrisas y Lágrimas, El Rey y yo, u Oklahoma. Nosotros, para el ciclo, hemos elegido Carousel, quizás por ser una de sus obras menos conocidas en España, y con un lado dramático en su trama poco habitual. Otro caso es el de los refinados y llenos de referencias culturales Lerner y Loewe, que firmaron Camelot, La leyenda de la ciudad sin nombre o Brigadoon, además de la My Fair Lady, popular por una Audrey Hepburn encantadora, pero paradójicamente doblada en sus canciones.
En los años sesenta empiezan a cambiar muchas cosas. Entra como un torbellino West Side Story, una obra musical mayor, elevada a los altares por gracia de su compositor Leonard Bernstein (y el letrista Stephen Sondheim). La película la animan las coreografías de otro revolucionario, Jerome Robbins. Pero el sistema de los estudios se empieza a derrumbar, y el musical ya no tiene una factoría estable para sacar adelante productos tan costosos, que a partir de ahora serán esfuerzos aislados, con mayor o menor fortuna. En ese camino intermedio se sitúa Hello, Dolly!, vehículo al servicio de una diva cantante de los nuevos tiempos, Barbra Streisand, pero dirigida por un maestro de la época anterior, Gene Kelly.
En el último tramo de la retrospectiva definitivamente entramos en otra época. La adaptación rockera de El Fantasma del Paraiso está dirigida por Brian de Palma y seguro que sorprende hoy a muchos, que también podrán comprobar si ha envejecido mucho o no la era de Aquarius de Hair. Los musicales se entroncaban ya con los estilos y temáticas más contemporáneos, nacía el concepto de ópera rock, sobre todo venido de Gran Bretaña, y el cine no era ajeno.
En lo propiamente cinematográfico, uno de los últimos grandes es el primero coreógrafo y luego director con una visión, Bob Fosse. Es más famoso su Cabaret, pero All that Jazz es suma de su obra, ejercicio felliniano y autorretrato fascinante. Entrados en la década de los ochenta, hemos rescatado algunas perlas aisladas de cualquier movimiento, como la nostálgica Pennies from heaven llena de canciones del ayer y con una de las grandes actrices del teatro musical, Bernadette Peters, o la Corazonada con la que Coppola quiso dar un pase adelante hacia el cine digital, ayudado por la música de Tom Waits.
Los compositores Menken y Ashman relanzaron a un Disney que se volcó en el musical espectáculo sin complejos con La sirenita o La bella y la bestia. Ellos también crearon esta loca adaptación de La tienda de los horrores, con una cuadrilla de figuras de la comedia yanqui como Rick Moranis o Steve Martin. Para el final hemos reservado al polémico director Baz Luhrmann, que en su camino hacia el musical ¿postmoderno? y el pastiche sin complejos, pasó por Strictly Ballroom, Romeo y Julieta, y llegó a ese Moulin Rouge, que momentáneamente (como ahora ha sucedido con Los Miserables) volvió a encender el interés en las taquillas por este género que se resiste a dejar de invadirnos de fantasía.

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