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La casa de las miniaturas

Jessie Burton

No faltan muchos secretos, muchos misterios, que se esconden tras los muros de las casas de los habitantes de la ciudad. Nada es lo que parece: ni los matrimonios por conveniencia, ni el boato de las grandes fiestas, ni el ambiente de los arrabales. No manda quien parece mandar y una doble moral campa a sus anchas.
Los personajes creados por Jessie Burton se ven inmersos en un corsé que les oprime pero difícilmente pueden salir de él sin jugarse el tipo, el negocio o el respeto de la comunidad.
Todo se permite si es a escondidas, pero los “guardianes de la rectitud” estan ahí para reprimir cualquier actitud equivocada.

Y la protagonista -o para ser más exactos, la más revelante de ellas- es una niña de 18 años a la que casan con un distinguido comerciante. Ella, en un principio ingenua y pueblerina, irá creciendo en un medio hostil donde nadie la quiere -menos aún su nueva “familia”- ni la respeta, para terminar comprendiendo mejor que ninguno de ellos las reglas del juego.
Nuestra muchacha, Nella, deberá desentrañar cada uno de los hilos de la madeja de la mano de la Casa de las miniaturas que le regala su marido y a la que se irán sumando figuritas cuya procedencia desconoce y que a su vez guardan un papel esencial en la trama.

Espero no haber destripado mucho, y sí en cambio despertado el interés sobre esta novela que no en vano ha ganado el National Book Award en el Reino Unido, consiguiendo un gran éxito de ventas.
Es de esas novelas en que merece la pena “colarse”, ya que los ratos de buena lectura estan garantizados.
Y otra cosa, las incógnitas nos acompañan hasta la última página…

En la trampa.Tres ensayos

Herta Müller

Es una línea temporal marcada por el dolor y la desdicha y unida a los textos y a la vida de sus “personajes”.
Para Herta Müller no hay más verdad que la vivida, que la escrita, y es la literatura la que da valor último a todo ello.

Müller, Premio Nobel de Literatura 2009, conoce de primera mano la represión y los años de censura, no en vano tuvo que exiliarse de la Rumania de Ceaucescu, y podemos considerarla una especie de testigo de los temas recogidos en los tres ensayos.
Hace suyo el dolor de todos estos testimonios, escarba, pero sin sensiblerías, en los hechos fríos, en las distintas circunstancias que llevan al ser humano al límite, a la locura, a una supervivencia tocada para siempre, al deseo de morir junto a la persona amada en una alambrada eléctrica… al dolor más profundo e inhumano.

Ella entiende qué es tener que huir con sus “papeles” -como lo hace Kramer, que regresa al cabo del tiempo con sus mismos escritos pero totalmente alienado-, lo que es sentirse perseguida y sin aire en su propio país, esperando al enemigo, esperando al fin.

Recoge textos de los tres autores y los deja indefensos ante nosotros, con muy pocas aportaciones. Una vez más insiste en que lo vivido, escrito, es lo que hace visualizar el dolor. La existencia de estos seres pasa por diversas formas de asimilar la situacion: la locura, el desapego, una suerte de adormilamiento de uno mismo, … que, en negro sobre blanco, nos hacen entender en cierto modo su horrible realidad.

Sus biografías, sumadas, suman a su vez la individualidad, y nos muestran la herida. Asi, Inge Müller se identifica con la Alemania del 33, los hombres del primer amor soldados a medio hacer, el llamamiento a filas en el 45. En sus versos pasa lista a los muertos, seca, cortante, una vez más la lista del dolor.

Como soldado vivió varios días bajo los escombros. Una experiencia de la que no pudo regresar intacta. Y es que autores como Semprún o Levi ya nos recuerdan que el superviviente no sale indemne ante el horror.

Ella sufre la censura más profunda, la propia, ante un régimen totalmente burocrático y desnazificador, con la delación y el stalinismo como normas. Su obra no se verá publicada hasta 1985, ella había muerto en un último intento de suicidio en 1966, dando una última bofetada al sistema.

“Mi vestido volverá a ti por correo
yo misma tal vez no regrese
deber y destino de soldado
cómo odio los cantos guerreros”
Inge Müller