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Aza / 2017

Animales domesticados

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En las cocinas de toda gran ciudad se esconde un deseo palpitante de abandonar la frenética rutina y escapar al silencio del campo. Dentro de cada uno de nosotros se encuentra una eterna lucha entre la naturaleza (quienes realmente somos) y la cultura (quienes hemos acordado ser para posibilitar una convivencia). Muchos hemos deseado dejar atrás las ciudades y más concretamente el mundo feroz del capitalismo, para buscar una identidad que de cierto sentido a nuestra existencia. Un lugar en el que podamos reconocernos a nosotros mismos tal cual somos, sin distracciones externas.

El libro Walden, de Henry David Thoreau, dio forma a un movimiento emancipatorio que relata precisamente el deseo profundo de dar la espalda a la civilización industrializada y aferrarnos a la naturaleza como salvación de nuestro lado más humano. Algo así como volver a nuestros orígenes para encontrar la esencia que nos hace ser humanos.

Influidos por este movimiento, que toma el nombre de neorruralismo, se encuentran Iván Repila y Sergio del Molino. Dos escritores contemporáneos que hacen uso de la metáfora del campo como utopía para desarrollar sus relatos y que no dudaron en debatir lo que piensan al respecto.

Nada más comenzar la charla, Sergio del Molino dejó claro que lo esencial nunca fue apartarse por completo de la civilización, sino alejarse del mismo para tomar conciencia y percibirlo de otro modo. Lo rural da al ser humano el espacio necesario para conectarse con sus instintos más primarios. No tiene obligaciones apremiantes, ni expectativas, tampoco reglas de convivencia acordadas previamente. Tan solo una hoja en blanco en el que uno tiene la libertad de explorar su identidad sin las limitaciones que implica vivir en una ciudad cosmopolita. Es decir, no consiste en volver a lo rural, sino volver a uno mismo.

Tal como defendió Ivan Repila, un espacio simbólico así nos permite aproximarnos a simplemente “ser”, en vez de al “debería ser”. Esto resulta sumamente interesante, porque supone que sólo nos permitimos ser nosotros mismos cuando nadie nos está mirando.

Además, con esta forma de experimentar el mundo resulta más sencillo poner en perspectiva muchos comportamientos sociales que a menudo nos son inculcados por ser mera tradición en vez de por el sentido común que puedan tener los mismos.

La soledad y la quietud que puede ofrecernos el campo, en oposición con la velocidad frenética de las grandes ciudades, nos permite reconocer nuestro comportamiento sin el bombardeo constante de las ideas de otros. El distanciamiento con una sociedad capitalista nos hace cuestionarnos hasta qué punto es necesario reprimir nuestras necesidades y deseos más profundos por el bien de la convivencia con los otros y si realmente merece la pena el esfuerzo de hacerlo. En cierto modo, no somos más que
animales domesticados.

Así, los libros de estos escritores, aunque tengan tonos muy distintos, comparten cierto regusto político, con toques de desobediencia civil tan necesarios en sociedades en las que cada vez se cuestiona menos aquello que debería ser o no adecuado. Un debate con una perspectiva única que posibilita hacer suposiciones de lo que podría ser el futuro mirando al pasado.

Walden [Henry David Thoreau / 1854]

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Aza / 2017

Utopías

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No es frecuente en la historia de la literatura que una sola obra funde un género. Los géneros son casi siempre la concreción paulatina de una suma de trabajos previos. Otro tanto sucede en la historia de las ideas, en la que los conceptos se van decantando por medio de sucesivas aportaciones, hasta cristalizar en un perfil reconocible (aunque, por supuesto, hay que recordar que todo género y todo concepto siguen mutando en el tiempo). Pero cuando el humanista inglés Tomás Moro publicó Utopía en 1516, además de una crear obra extraordinaria, también alcanzó ese doble logro: echó a rodar un género y propuso un concepto que desde entonces han sido claves para entender la cultura occidental y que siguen influyendo fuertemente aún hoy.

Quizá esa pervivencia de la utopía se explique porque sirve para canalizar una preocupación esencial del ser humano: la de darle forma al futuro, la de concretar los perfiles infinitos de lo posible. Porque aunque utopía quiere decir no-lugar, en realidad es sobre todo una reflexión sobre el futuro. Tiene que ver con el tiempo, no con el espacio. Una utopía es una propuesta sobre cómo podríamos organizar el mundo. O más concretamente, sobre cómo podríamos organizar un mundo mejor. Por eso la utopía alberga siempre un potencial revolucionario. Es una enmienda a la totalidad, un deseo de radical transformación. Pero por eso también puede acabar siendo un ensueño totalitario. Solo que entonces lo llamamos distopía. Basta recordar 1984, de Orwell.

De alguna manera, la distopía es la evolución natural de la utopía, dado nuestro desengaño revolucionario, nuestra quiebra de la confianza en fundar un mundo mejor. Hoy el futuro nos inquieta. Nos asusta. Ya no nos enfrentamos a él desde la convicción del progreso y de la perfectibilidad, sino más bien desde el azar y la incertidumbre. Tenemos la sensación de haber perdido el control, y de que el desarrollo de nuestras invenciones puede llevarnos a nuevas formas de caos o totalitarismo o alienación, mucho antes que a un futuro más libre y más justo. Por eso la distopía es uno de los géneros más presentes hoy. Sobre todo en su versión tecnológica (Blade Runner, Black Mirror…), pero también social (The Handmaid’s Tale, V de Vendetta…), aunque ambas se entrecruzan y fusionan, claro está (pensemos por ejemplo en Her).

Pero la utopía siempre aguarda a ser reinventada, porque según las conocidas palabras de Oscar Wilde, “un mapa del mundo que no incluya la utopía no merece ser mirado”. En Literaktum 17 hemos querido asomarnos al pasado, presente y futuro de la utopía, o mejor dicho, de las utopías, con tres actividades. Diez días que sacudieron el mundo es el clásico de John Reed sobre la Revolución bolchevique, que ha sido reeditado por Nórdica Libros y Capitán Swing, con ilustraciones de Fernando Vicente. El editor de Nórdica, Diego Moreno, el crítico literario Iñaki Urdanibia y el citado ilustrador mantuvieron un coloquio en la librería Zubieta el pasado 17 de noviembre.

El lunes 20 de noviembre los escritores Sergio del Molino e Iván Repila conversarán acerca del legado de Walden, la obra en la que Thoreau plasmó una utopía naturalista que no ha dejado de influir desde entonces. Tanto Del Molino como Repila cuentan con obras que se inscriben en la corriente denominada neorruralismo, en la que el eco de Thoreau es patente.

Y no podía faltar en este ciclo de “Utopías” una reflexión sobre un futuro que ya es presente: el impacto de la tecnología en las relaciones sociales y personales. Será la escritora Belén Gopegui, a partir de su última novela, Quédate este día y esta noche conmigo, quien nos hable de ello en coloquio con Zigor Etxebeste el próximo 22 de noviembre. Tras la conversación tendremos la oportunidad de ver una de las más famosas distopías de la historia del cine: el clásico de Fritz Lang Metrópolis, gracias a una colaboración entre Literaktum 17 y el ciclo Nosferatu organizado por Donostia Kultura y Filmoteca Vasca.

Utopia [Thomas More]