El teniente Sturm -escrita en 1923- es una recopilación de horrores: la soledad de la trinchera, una guerra en la que no ves a tu enemigo directo (ya no hay espadas, duelos ni honor), donde el gas satura los pulmones y te mata, donde la sangre no se sabe ni de dónde mana…
Es el propio teniente quien aprovecha las pausas entre “acciones de guerra” para documentar la vida en la propia trinchera: el frío, la soledad, el abandono, el miedo intenso, … y los estados modernos, unas maquinarias que acaban con el individuo, que han concebido unas nuevas formas de guerra que dan cabida al gas mostaza, a los morteros, a las granadas, a períodos de quietud insoportable que saltan en pedazos al grito de ¿quien vive?…
Es este mismo teniente quien intenta, como el resto de guerreros, hacer su estancia lo mas “agradable” posible en los tiempos que están sin avanzar. Intentan hacerse sus cuevas bajo el impacto del mortero, agruparse para compartir el calor, la luz de carburo o el grog. Intentan no dejarse llevar por la desesperación y para ello utilizan bien la imaginación o bien las charlas de amigos.
En su caso, él está allá por convicción y dedica sus ratos libres a escribir cuentos sobre la vida que quedó atrás: la ciudad, la gente que no quiso alistarse, las mujeres y sus relaciones con ellas… ingredientes de un mundo vivo y lleno de energía que nada tiene que ver con la nauseabunda realidad a la que se enfrentan.
Sturm es, al fin y al cabo, un hombre culto, y se relacionará especialmente con gente que, con él y a través de sus relatos, intenta huir del tiempo y del dolor.
Ponernos en la piel de Sturm nos puede acercar a lo cotidiano de un conflicto armado y caer en la cuenta de que por mucho que hayan evolucionado sus rostros (se televisan, parecen videojuegos, pueden participar drones..) el dolor y la perdida no han variado en absoluto.