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Las lágrimas de Claire Jones, Berna González Harbour

Bueno, González Harbour ha venido para quedarse. La comisaria Ruiz, María Ruiz, apunta maneras: en Soria -árida y fría en cuanto a crímenes- está desterrada por hacerlo bien, por conseguir cerrar casos importantes y por callar lo que sabe de J.S., el nuevo superpoli jefe.
En Soria está para pudrirse poco a poco profesionalmente y a su vez estar más cerca de su novio -en coma tras una acción policial – y sus antiguos compañeros.

Bueno, ¿y el caso? ¿la intriga? ¿la sangre?…No estamos aquí para consolar a la poli por muy bien que nos caiga…
Bien, pues entre otras cosas María Ruiz deberá enfrentarse al caso Jones: el cuerpo de una joven asesinada es encontrado en el maletero de un viejo coche. Nuestra comisaria se empeñará en ayudar a su viejo mentor Carlos Fuentes y ello la llevará a chapotear en una serie de charcos con los que no contaba.
Mientras en Soria languidece el caso Buscapié -un envenenamiento del 54-, en Santander cobrará fuerza el caso Jones: nadie sabe de esa joven, que ni siquiera aparece como desaparecida.

Es en este punto donde, a mi manera de ver, esta lo más jugoso de la trama: la investigación sobre ese cuerpo, su historia, sus antecedentes, su familia… lo que llevará al mundillo de los británicos que vinieron a Santander por temas comerciales, hicieron sus fortunas, sus casas y familias. Y más interesante aún, la intervención de los cuáqueros en los avatares de la España franquista y sus intentos de ayudar a los republicanos en las horas amargas del fin de la guerra.

Que sí, que hay intrigas policiales, que hay un J.R. en el cuerpo -el malvado J.S.-, que hay trata de blancas, corrupción entre las fuerzas del orden, extorsión, y droga a mansalva.
Pero hay más de una lectura: la trama policial, la habilidad y el empaque con que Ruiz resuelve los mil y un problemas que se presentan, la propia sociedad santanderina anclada en un pasado de poder, la vida personal de los agentes que rodean a María, el perfil de los integrantes de la familia Jones y los misterios que la rodean, la figura del joven ingles que venía a ayudar a Claire, las actividades del FSC…

Y nada de despacito. La novela va a toda velocidad y se lee igualmente con fluidez. Aunque el final debe leerse más despacio, para entender mejor si cabe los muchos recovecos e interrogantes de la trama.

Que sí, que Gonzalez Harbour se queda.

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