Beryl Bainbridge marca rápidamente las reglas del juego: la bella Harriet y la sin-nombre amiga dedicaran sus vacaciones a escribir sus diarios y a escudriñar en las vidas de los que les rodean.
Harriet pasa por ser una mala influencia, ya que está más adelantada para su edad que nuestra otra protagonista. Sin embargo, hay momentos en que incluso dudamos que existan ambas, siendo Harriet una parte del yo de la protagonista sin nombre.
Así las cosas, la figura del Zar -un hombre casado, corriente, vulgar, que cae en las redes de la belleza de las jovenes lolitas- cobrará una gran importancia: se convertirá en la diana de las acciones de las muchachas, en una diana peligrosa que marcará la vida de todos ellos para siempre.
Importante relevancia tienen el resto de actores del drama, cuyas voces nos llegan a través de la protagonista: la mujer del Zar -una mujeruca sin importancia-, su hermana -madre de un hijo deficiente-, los padres de Harriet -siempre ausentes-, el canónigo -en su sempiterna lucha contra el mal-…. y los miedos de la propia e inominada protagonista ante la actitud de sus padres, hartos de sus tonterías y líos.
Esta novela fue escrita en 1960 y no encontró editor hasta 1972, por lo «desagradable y truculento» del entramado. Ello es una razón más para echarle una ojeada y comprobar si era precisa esta ¨autocensura¨.
Sea como fuere aseguro que aunque uno se teme lo peor, la novela aporta mucho más que ésto, pasando de ser un entretenimiento más o menos seductor a una realidad sangrienta, que pone de manifiesto la crueldad de la infancia y la capacidad de la manipulación para manejar individuos tengan estos la edad que tengan.
Nunca sabremos si al Zar sus minutos de gloria le valieron la pena…