Sé que corro el riesgo de que me expulsen del muy distinguido y más selecto club de los heavies de bote, pero no he podido evitar sentir algo por esta preciosidad de libro. Sé que en dicho club, por el mero hecho de utilizar la palabra “preciosidad”, te ponen de patitas en la calle. Pero no me importa, antes me voy yo, alegando lo que alegó en su día Groucho Marx sobre el tema. Y me dispongo a defender a capa y espada la cualidad de precioso de este libro que tantos problemas sociales me va a acarrear.
A Dios pongo por testigo que su portada atrajo mi atención y que sólo tras hojear el contenido y decidir que éste era un libro bello y especial reparé en que había recibido el Premio Internacional de Ilustración Feria de Bolonia – Fundación SM, 2013-. Así que me declaro inocente del delito de recomendar un libro premiado, que como todo el mundo sabe no tiene ningún mérito (aunque ahora que lo pienso, recomendar algunos libros premiados más que mérito requiere desvergüenza).
A lo que íbamos. Recomiendo, pues, a todos aquellos, niños o adultos, que aún no tengan la retina requemada por decenas de horas de Gandía Shore y que aún conserven algo de sensibilidad, que hojeen esta joya y disfruten de la estupenda gama de colores de la artista japonesa Satoe Tone, de los diversos paisajes y estaciones del año representados y de las emociones que, cual pintor impresionista, evoca de manera tan delicada. Todo un goce visual acompañado por un bello texto que no puede dejar indiferente a nadie. Ni siquiera a mis excolegas del club.