Hay novelas que funcionan mejor que cualquier guía de viajes. Esta es una de ellas y por su culpa he decidido no viajar jamás a Colombia. Ya no me hace falta para conocer el país y sus gentes. Además, el espíritu aventurero que necesitaría lo suelo agotar en mis vacaciones a Benidorm.
Dice el autor Sergio Álvarez (Bogotá, 1965) que el fenómeno García Márquez y el realismo mágico estuvieron bien y todo eso, pero que es hora de reflejar la realidad de Colombia en toda su crudeza. Pues hala, dicho y hecho. De la mano de su protagonista, el lector va a presenciar su proceso de maduración de niño a hombre, desde sus primeros pasos pasando por sus primeros besos, sus primeros porros, sus primeros robos y hasta ahí podemos leer. A la vez, será testigo del devenir histórico más reciente del país cafetero. Los movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios servirán de decorado para nuestro peculiar Lazarillo de Tormes, que irá dando tumbos de un lado a otro, siempre en el filo, conociendo a elementos de todo pelaje, aunque para elemento él. Todo ello entremezclado y sazonado con unas tremendas ganas de vivir la vida loca al máximo, porque uno no sabe en qué fosa acabará el día de mañana. Así pues, vida y muerte se dan de tortas en una novela bigger-than-life, donde este trasunto de Sinhué en versión colombiana reflexiona (sin quererlo) sobre el sentido de la existencia en un mundo caótico.
Sergio Álvarez sale por la puerta grande y a hombros con esta magnífica novela, en la que el lenguaje cobra especial protagonismo, ya que nos transporta y aporta la dosis perfecta de exotismo y realismo. Pero sin duda lo más destacable es la habilidad del autor en dar cabida y coherencia a toda una pléyade de personajes, situaciones y paisajes sin que la novela parezca demasiado un folletón venezolano. Claro que estas historias sólo pueden pasar en Latinoamérica.
A lo dicho: novela muy, muy chévere.