Roma es el magnífico escenario de esta novela: los mármoles del Coliseo, la Plaza Navona, los Foros Imperiales… y los restos de una ciudad industrial y urbana, más fea, más sucia, más oculta.
En ambos planos se mueven los personajes bajo el mando de Mirko Zilahy -traductor y periodista reconocido- que nos presenta su opera prima.
El protagonista es el comisario Enrico Mancini, tipo hábil, de amplia formación, especializado en crímenes en serie nada menos que en el FBI. Pero el comisario en cuestión esta fuera de control: perdió recientemente a su mujer por un cáncer de mama, y navega entre la medicación, el alcohol y el terrible dolor de seguir viviendo.
Lo último que necesita es un caso-de-asesino-en-serie-malo-malísimo-sin-movil-sin-hilo-conductor-sin-pistas-sin-nada-de-nada y es precisamente lo que le endilgan: una serie de asesinatos aparentemente sin mas unión que lo dantesco y teatral de los mismos.
Para colmo, Mancini tiene un asunto personal pendiente, aclarar el secuestro(?) del doctor Carnevali, el que atendiera a su mujer durante su enfermedad, asunto que lleva fuera de los cauces reglamentarios.
El autor perfila muy bien la figura de Mancini y los bandazos de su comportamiento, sus dilemas éticos, sus relaciones o mejor dicho pseudo relaciones con los compañeros que le rodean.
Estos, y en concreto los más allegados, también están muy bien dibujados, por lo que, a pesar de resultar bastante arquetípicos, tienen suficiente entidad para resultar interesantes de manera individual.
Destacan las figuras femeninas que despliegan una fuerza especial y que muestran una vida propia diferente, lo que la distingue de otras polares al uso.
Porque, que quede claro, esta es una novela negra, negra, negra…donde se palpa el terror, donde cada cuerpo oculta una terrible venganza.
Dicho lo cual, ¿que son 451 páginas si se quiere pasar miedo del bueno?