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Herejes, Leonardo Padura

No descubrimos nada nuevo si decimos que Leonardo Padura es un gran contador de historias tanto en fondo como en forma. Así, el autor cubano nos regala los más fantásticos relatos  -en el caso que nos ocupa nos pasea por La Habana de los 50 hasta nuestros días y por el Amsterdam de los Vermeer, Hals… con un cuadro “maldito” y los avatares de tres generaciones de judíos como ingredientes principales- con una prosa poderosa, ágil y trufada de localismos que la hacen aún más interesante y vital.

Padura es un narrador nato, un todo terreno y encuentra en su personaje Mario Conde, –que no cunda el pánico que no se trata del banquero de la gomina indestructible- un alter ego que le ayuda a pasearse por su ciudad, hablar de lo humano y lo divino, retratar la caída de un sistema lleno de “creyentes”, acercarse a una generación totalmente desencantada (la de los 90 que vió derrumbarse el sueño del socialismo) y, a la par, llegar al fondo de  los más diversos casos, no en vano el señor Conde ha sido policía y ahora es detective a tiempo parcial (el resto del tiempo lo dedica al deporte nacional cubano,  “resolver”).

La trama: Elías Kaminsky requiere los servicios del detective Conde a fin de averiguar el paradero de un cuadro de Rembrandt perteneciente a su familia desde tiempo inmemorial. Sin embargo Elías persigue algo más: descubrir la verdadera historia de su familia y, en concreto, la de su padre Daniel.
La familia quedó disgregada cuando el buque St.Louis, tripulado por judíos huyendo de los nazis, tuvo que volverse por donde había venido –poco antes de la caída de Fulgencio Batista- y son esos “agujeros” temporales los que Elías quiere investigar junto con Conde.

Como veís, se trata de un argumento de dimensiones colosales, pero que en la pluma de Padura pasa a ser todo un ejercicio de dominio del idioma y de los tiempos.
Mención especial su manera de tocar la fibra como en el caso de la historia de la negra Caridad Sotolongo o la aventura del pelotero de los Tigres de Marianao, Orestes “Minnie” Miñoso, cuya foto presidía la mesilla de noche de Daniel.
También es una larga lista de pérdidas: la familiar (pierden a sus padres y a su hermana en el Holocausto), la del valioso cuadro…. y sobre todo es la historia de la lucha por las creencias, la fe en uno mismo y el desarraigo de ser de varios sitios y no ser de ninguno, de ser judío y no querer serlo, de no ser judío y entender al fin que sin raíces un hombre no es un hombre, de creer o no en una revolución que agoniza….

Personajes de una pieza, tanto los principales (el propio Conde, Pepe Cartera, Daniel Kaminsky..) como los no menos importantes (El flaco y su panda –amigos de la infancia de nuestro Conde, amigos de los de verdad-, el jonronero Miñones, Tamara la mujer que siempre está con él y para él…)

Pues sí señor, que las andanzas de Conde y su fiel Basura II mantienen al lector con la atención al máximo… sobretodo si oimos campanas, campanas ¿de boda?… que este no es mi Mario que me lo han “cambiao”.

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