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Los dos hoteles Francfort, David Leavitt

La lectura de El lenguaje perdido de las grúas fué muy importante para mí en su momento. No en vano Leavitt era tan joven como yo por aquel entonces (es de la añada del 61) y su novela me pareció “lo más” tanto en estilo como en que su protagonistas eran gays y era su mundo el que retrataba en cada página.

Posteriormente no le he seguido, pero he pensado que valdría la pena ver cómo habia envejecido este vino, y hacerme con su último libro Los dos hoteles Francfort.

En esta ocasión Leavitt nos sitúa en la Lisboa de los años 40, en plena dictadura de Salazar. La ciudad esta atestada de refugiados que huyen del nazismo , unos con lo puesto -ya les han esquilmado lo suficiente- otros con lo justo aún para hacerse con un visado, un pasaporte o un simple lugar digno para dormir.

Nuestros cicerones por Lisboa serán dos parejas de americanos, un encuentro casual, una amistad en un período peligroso de Europa donde parece que, curiosamente, todo esta permitido.Son los Winter, más tradicionales, aunque Julia lleva consigo el peso de un terrible secreto, los que traban amistad (¿o es al revés?) con los Freleng, bohemios, excentricos y ávidos de nuevas experiencias.

Sus relaciones personales y sentimentales, sus “arreglos” para salvarlas, los engaños… serán la clave de la novela. Importa qué ocurre -las relaciones entre los cuatro protagonistas, en especial la de Peter y Edward y las componendas de Iris para salvar su matrimonio-, pero mucho más cómo nos lo cuenta Leavitt: la trama se desliza suavemente , como con pereza, pero marcada por la fuerza desgarradora de los sentimientos de sus personajes.

Si a ello le sumamos las descripciones del “sálvame quien pueda” de los refugiados, el miedo al tirano Salazar, al avance nazi, el antisemitismo…tenemos una imagen bastante lúcida de lo que debió ser aquella Lisboa de espías, huidas y suicidios.

De fácil, aunque no ligera lectura, el autor nos envuelve de nuevo en la narración y en la ensoñación, pero no nos confundamos, lo que cuenta es de fundamento y el camino hacia el desenlace es lento pero trágico y, en cierto modo, purificador.

Pasearse por la capital portuguesa de la mano de Leavitt es un poco revisitar la Casablanca del Rick’s bar, solo que en este caso se trata del café Suiça. Sólo falta escuchar el no por falso menos mítico “tocala otra vez Sam

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