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Last Man, Vivès, Balak y Sanlaville

¿Qué sucedería si mezcláramos en una coctelera a Otomo, Jodorowsky, Moebius, Dragon Ball, Naruto, Mad Max, las pelis de Spielberg, el Casino de Scorsese y, qué sé yo, el videojuego Street Fighter? Bueno, pues si lo hiciera yo probablemente saldría un churro del tamaño de Nizhni Nóvgorod (cualquiera que sea su tamaño). Pero si lo hace gente como Bastien Vivès, Balak y Sanlaville la cosa cambia. Y mucho. Si lo mío no tendría nombre, lo de ellos sí lo tiene: Last Man.

En Last Man se nos plantea una historia en principio de lo más sencilla. Un chaval que quiere participar en un torneo de lucha libre y que, tras ser rechazada su candidatura, consigue inscribirse gracias a un misterioso personaje llegado desde nadie sabe donde. Así, comienza la participación de esta extraña pareja en un extraño torneo y contra los adversarios más extraños. Pero atención, que esto es sólo el punto de partida de una odisea que nos llevará a recorrer los lugares más recónditos y peligrosos de un mundo que unas veces parece la Tierra Media y otras Las Vegas. Desconcertante, cuando menos.

Sin embargo, esta saga comiquera es mucho más que un batiburrillo de mil y una influencias, pretendidamente autoirónica, paródica y referencial, puesto que logra crear, ya desde la primera viñeta, un universo y una atmósfera absolutamente insólitos, rompedores y originales. Empezando por el formato manga, pasando por las pegatinas que regala para decorar carpetas, hasta llegar a las pinceladas de erotismo y violencia, se unen aquí todas la virtudes de una trama desenfadada, desprejuiciada, que no se toma en serio a sí misma y que, aún con todo ello, consigue alcanzar cotas de épica y emoción que pocas obras alcanzan.

Gracias a una galería de personajes muy bien perfilados (encabezados por el trío protagonista compuesto por una irresistible y magnética Marianne Velba, un trasunto de Jean Paul Belmondo y Stallone conocido como Richard Aldana y el a veces tierno, a veces terrible infante Adrian Velba), Last Man logra la proteica tarea de dar forma y atraer a un nuevo espécimen de lector-target, que ni es infantil, ni adolescente, ni adulto, ni hombre, ni mujer, sino todo lo contrario (el treinteenager ha muerto, viva el fortynager).

Esta joya del noveno arte viene firmada y avalada por lo más puntero de la Bande Dessinée francesa y por multitud de premios en el Salón del Cómic de Angoulème. Bastien Vivès, el auténtico fenómeno del cómic ultrapirenaico que a sus 32 añazos convierte en oro todo lo que dibuja (recordemos obras capitales como El gusto del cloro, Polina o Por el imperio), es el D’Artagnan de un trío de mosqueteros que ha puesto de rodillas a la crítica (y al arriba firmante) y que, no contentos con lo logrado, se disponen a ensanchar los ya de por sí amplios límites de esta epopeya adjuntando una serie de animación y un videojuego.

En definitiva, si queréis dar rienda suelta a vuestra faceta más desenfadada y desprejuiciada, recordar lo pipa que lo pasábais leyendo o contemplando los descacharrantes episodios de Dragoi bola, y además, queréis conocer nuevas sensaciones, extraños e ignotos mundos y despertar vuestro durmiente sentido de la maravilla, entonces, señoras y señores, Last Man es vuestro cómic.

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